MÚSICA PARA EL ALMA
Residencias “Conchita
Regojo” y “Doña Esther”
Este sábado por la mañana, en lo más alto de Fermoselle, donde se alzan las residencias Conchita Regojo y Doña Esther, hemos vivido una de esas jornadas que dejan huella. En medio de las fiestas de San Agustín, donde la música y el bullicio llenan las calles, hay rincones donde el silencio pesa más que la celebración. Allí descansan nuestros padres, abuelos y vecinos, muchos de ellos sintiéndose lejos del pulso festivo del pueblo.
“Parece como si no fuésemos vecinos de Fermoselle”, nos decía con tristeza uno de los residentes, recordando sus años de juventud en Santa Colomba, cuando las fiestas eran sinónimo de baile, alegría y comunidad. Y a fuer se ser sinceros no le falta razón. Revisando el libro de fiestas no encontramos ni una actividad dedicada a ellos.
Por eso, desde las asociaciones culturales El Pulijón y Juan de la Encina, nos acercamos cada año con un propósito claro: llevar la fiesta donde más se necesita. Música, baile, abrazos, palabras cálidas y gestos sinceros que despiertan emociones profundas. Lo vimos en sus rostros: arrugados por el tiempo, sí, pero iluminados por la emoción. Ojos brillantes, alguna lágrima furtiva, y corazones latiendo con fuerza al compás del tamboril.
Algunos, los más atrevidos, se animaron a bailar. Y en esos pasos, torpes pero decididos, revivieron los días en que danzaban sin descanso al son de la flauta y el tamboril del Mortero, del Linos, de Ángel Garrote o de Amador. Nombres que resuenan en la memoria colectiva de Fermoselle y que hoy, por un instante, volvieron a sonar en sus corazones.
En ambas residencias se repartieron magdalenas cortesía de Hermanos Tronito
Ha sido una mañana para recordar. Una mañana que nos recuerda por qué hacemos lo que hacemos. Volveremos en 2026.
Gracias, amigos de siempre, por recibirnos con tanto
cariño. Porque en cada gesto, nos enseñáis que la verdadera fiesta está en el
alma.
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