viernes, 1 de agosto de 2025

 LA LLAMADA DE LA “CAMPANA TORERA”

Cada pueblo guarda en su memoria colectiva una fecha sagrada, una marca indeleble que lo define, lo convoca, lo arraiga a la tierra de sus ancestros. Para los hijos de Fermoselle —ya vivan en el corazón empedrado de la villa o esparcidos por el mundo— esa fecha brilla con luz propia: el 1 de agosto. Es una jornada que no necesita anuncio, porque está grabada en el alma de los fermosellanos con letras de oro. Ese día, todos saben que algo importante ha de ocurrir. Y ocurre.


Cuando el reloj del ayuntamiento señala con solemnidad las doce del mediodía, se obra el milagro. No uno sobrenatural, sino uno profundamente humano y sonoro: la “campana torera” rompe el silencio con su voz metálica, lanzando su vibración al aire como si fuera un mensaje antiguo que atraviesa generaciones. Es la señal inequívoca de que Fermoselle entra en fiesta, y con ella, en un tiempo distinto, donde la tradición y la alegría van de la mano durante todo el mes.

La Plaza Mayor, ataviada para la ocasión y convertida en coso taurino por manos artesanas, se llena de niños, jóvenes, adultos y mayores. No importa la edad ni el lugar de procedencia: todos comparten una misma espera. Sus ojos no miran al ruedo, sino al cielo de piedra donde se alza el campanario de 1889, que corona de la fachada municipal, que por unos minutos se convierte en escenario y altar.


Allí arriba, el campanero se convierte en protagonista. Este año, por problemas familiares, no ha mostrado su técnica el encargado habitual, Emilio, maestro del badajo y del ritmo, siendo sustituido por un  operario del ayuntamiento. Subido con destreza hasta la cúspide, se aferra al badajo como quien se une a un compañero de danzas. Entonces, comienza su concierto sin partitura. Golpea la campana con arte, con alma, con la emoción de quien sabe que no está solo: todo Fermoselle lo acompaña.

Durante cinco minutos, los repiques varían: hay llamadas alegres, giros solemnes, toques que parecen hablar, como si contaran las historias de los agostos pasados. Cada golpe de campana es un guiño al recuerdo, un saludo a los que ya no están, una bienvenida a quienes regresan.

Cuando el último eco se apaga entre las callejas, rincones y miradores de piedra el público rompe en murmullos y sonrisas. Ha terminado el rito. La fiesta ha sido oficialmente anunciada. Comienza agosto, y con él, la vida se vuelve celebración. Algunos regresan a casa con el alma despierta; otros siguen el ritmo de la jornada tapeando por los bares de Fermoselle, donde el vino y la risa comienzan a correr, y la mayoría recogen en el consistorio el “librito” que contiene  la programación íntegra de los festejos a celebrar.

Algo parecido ha acontecido en el barrio malto de la localidad, es decir, en la plazuela de Santa Colomba, que además ha finalizado con invitación sufragada por los vecinos al son de la música propia de la jornada.

Un año más, la campana ha sonado. Un año más, el pueblo se ha reunido en torno a su símbolo. Un año más, la tradición ha vencido al olvido. Y de qué manera.

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