Y FERMOSELLE VOLVIÓ A LA CAMPA
Titulábamos el post
del pasado año dedicado a la festividad de Santa Cruz como “Sueño en tiempo de
pandemia” debido a que estaban prohibidas en aquel momento todas las reuniones
numerosas; y lo finalizábamos con un “Todo ha sido un dulce sueño en época de
pandemia. Todo se va al traste; pero con la ilusión de que el próximo 2022 sea
una realidad. Así lo esperamos y deseamos. ¡Hasta entonces!”
Pues en ello
estamos. Cincuenta y un día después del Domingo de Resurrección o como se dice
en Fermoselle el “Lunes de Pentecostés” se retoma por los fermosellanos la celebración de uno de los días con más atractivo
popular, uno de los días más cargados de tradición, uno de los días plenos de
diversión, música, baile y gastronomía. Hablo del “Día de Santa Cruz”. Su
importancia es tal que desde antaño se toma como uno de las dos fiestas locales
Hoy, 6 de junio,
los fermosellanos se han concentrado en la explanada que abraza la ermita del Cristo del Pino para dar
cumplimiento de esta festividad “laico-religiosa”. Con un día totalmente
primaveral y desde las primeras horas de la mañana han ido llegando los
mayordomos, los tamborileros, los romeros y encabezando la comitiva las autoridades.
Cerca de tres kilómetros, alternando carretera y camino, que se hacen en un
santiamén, acompañados de cánticos, bailes, risas y vítores. En las fincas del
entorno se contemplan agrupaciones de familiares o amigos que saludan y
aplauden con entusiasmo a la comitiva oficial.
Ya en la campa
todo es tumulto y alborozo. Hay muchas ganas de jarana y jolgorio
después de dos largos años esperando. Las puertas de la ermita aparecen
abiertas desde temprano para que los romeros tengan oportunidad de ofrecer una
oración al Bendito Cristo del Pino, a la
vez que depositar el tradicional óbolo que servirá para mantenerla en buen
estado.
A la hora prevista
comienza la Santa Misa seguidas por los fieles que abarrotan el templo. Plática
del oficiante, cánticos dirigidos por un grupo de mujeres, ofertorio,
consagración y comunión seguidos con observancia absoluta. Para más tarde queda
la procesión popular, un tanto en plan profano, circunvalando el lugar sagrado.
Y se desata la
locura fiestera. Tanto en la campa como en los alrededores todo es un ajetreo
controlado y un totum revolutum de ocupaciones diversas: montaje de mesas y
utensilios varios bajo las sombras, encendido de hogueras, por un lado música
de tamboril, por otro de la charanga,
los niños correteando y
entremezclándose entre los adultos, jóvenes y mayores bailando al
unísono y en perfecta armonía, grupitos parlamentando sobre el devenir del año
transcurrido, los puestos de mercaderes ofreciendo sus producto.
Y así mañana y
tarde, sin dar tregua al desaliento, van pasando los momentos más emblemáticos:
La degustación de los churros y el chocolate, el juego de la “tía María”, el
baile de jotas al son de la gaita y el tamboril, la comida compartida del
mediodía. La guinda festiva queda para la tarde: fuegos, parrillas, asados de
carnes de primera calidad aliñadas con el genuino “chirri o ágili-mógili”,
cántaros con vinos de la tierra, pasacalles, pasodobles, la conga de Jalisco…
La tarde da sus
últimas bocanadas. Hay que volver al pueblo con cansancio y con cierto sabor a
poco. Conviene dejar algo para el próximo “Día de Santa Cruz”. Buen regreso y a
descansar.