jueves, 27 de noviembre de 2025

 ¡¡AQUELLOS BAILES EN MI PUEBLO, FERMOSELLE!!

En Fermoselle, hace ya algunos años, el baile no era solo una simple actividad de ocio, sino una auténtica tradición que formaba parte del día a día del pueblo. Aquellas generaciones que vivieron en el siglo XX, especialmente las mayores, se caracterizaban por su afición al baile, y no solo por disfrutarlo, sino por su destreza en los ritmos tradicionales de la época. Se les conocía con cariño como "los bailones" y esa fama de expertos bailarines no era en absoluto exagerada.


A lo largo del siglo pasado, el pueblo fue testigo de la existencia de varios salones de baile que daban vida a las noches fermosellanas del fin de semana y también durante las fiestas patronales de agosto y de navidad. En la entrada de la plaza, a la derecha, se encontraba el baile del Chanquero, un lugar mítico para los habitantes de entonces. Más allá, en lo alto del castillo, estaba el baile de la Sociedad y también el Chapi, unos espacios amplios para la música y la danza que se convirtieron en áreas de encuentro de generaciones enteras.

Otro de los lugares en el que se podía disfrutar de una noche bailonga, aunque en momentos esporádicos durante el año, era el Casino, el cual, en su época fue un verdadero centro social. El acceso a la zona de cafetería, de juego y de baile estaba reservado solo a los socios, lo que le confería un aire exclusivo. Y aunque los tiempos de juventud de muchos de nosotros fueron diferentes, había una regla tácita: corbata obligatoria para asistir a las diferentes sesiones. No era negociable. Durante el mes de agosto, se organizaban grandes reuniones con orquesta, aunque antes de que la tecnología llegara para quedarse, el sonido lo proporcionaba una gramola que estuvo muchos años en el centro del Casino.

Las orquestas, daban vida a las tardes de baile. La de Pereruela, la de Amador de Cibanal, la de Fermoselle y especialmente la famosa de los Hermanos Moya, de Cabeza de Caballo, conocidos popularmente como "Los Chupaligas" llenaban con su música el ambiente y convertía el salón en un espacio donde se entrelazaban historias de amor, amistad y risas.

El baile no solo era un acto de diversión, sino también una verdadera prueba social. Alrededor de la pista, siempre había un círculo de butacas, donde se sentaban las madres y, a veces los padres, de los jóvenes que participaban en la danza. Su presencia no era casual, ya que, en muchos casos, servían de "vigilantes" discretos de las relaciones de sus hijos e hijas. Era casi un ritual social, una forma de asegurarse de que todo estaba en orden, de que las parejas se comportaban correctamente y de que los jóvenes obraban con respeto.


Una de las costumbres más peculiares de aquellos bailes era la forma en que se iniciaba el acto en sí. El joven –siempre eran los chicos- que quería sacar a bailar a una chica debía primero hacer la invitación, pero no siempre recibía una respuesta afirmativa. En muchos casos, las chicas rechazaban educadamente la propuesta, lo que se conocía como "dar calabazas". Pero si la invitación era aceptada, la costumbre era que el baile se hiciera en tres piezas seguidas. Aunque el chico o la chica pudieran sentirse incómodos o no disfrutar completamente de la pareja, debían aguantar la aprobación hasta el final, sin mostrar malestar.



A medida que avanzaban las horas, aquellos que se atrevían a bailar más de tres piezas se convertían en los verdaderos valientes de la pista. Además, de cara a los asistentes era tomado como una relación más seria como encaminada a algo más serio, es decir al noviazgo. Bailar en aquellas épocas era un acto de compromiso y determinación, y para los más jóvenes, un verdadero reto social. Aquellos momentos, tan llenos de tensión y emoción, quedaron grabados en la memoria colectiva del pueblo como una de las tradiciones más queridas. Así, a través de la música, el baile y las costumbres que pasaban de generación en generación, Fermoselle vivió y respiró al ritmo de sus bailes tradicionales. Los salones, las orquestas y las gramolas de antaño ya no están, pero el recuerdo de aquellos momentos sigue vivo en los corazones de los fermosellanos que, hoy más que nunca, siguen sintiendo el pulso de esa tradición de la que formaron parte. Aunque ya no se celebren tantos bailes, el alma de Fermoselle sigue bailando al son de aquellos recuerdos y las historias de los “bailones” que, con sus pasos, marcaron el ritmo de toda una época.

Los locales citados continúan en pie pero con otras actividades. El Casino alberga el hotel Rural Antiguo Casino de los Arribes, el Castillo solamente ofrece unas vistas magníficas de Fermoselle y del arribanzo (su construcción interior se encuentra abandonada) y el del Chanquero no es visible.

2 comentarios:

Uno de fermoselle dijo...

Se ha olvidado mencionar a la banda de música de Amador de Cibanal que tocaba en el salón del castillo en dos sesiones a mediodía y por la tarde

Pulijon dijo...

Muchas gracias, "Uno de Fermoselle". Un lapsus. Ya está añadida. Gracias por seguirnos.