Y FLORECIÓ LA FLOR EN LA VENTANA
Solemos
decir que la naturaleza es muy sabia, y si no fuera así, ¿cómo se explicaría
que en uno de los ventanales de la iglesia
Parroquial de la Asunción de Fermoselle haya brotado, como por arte de magia, una planta herbácea tan lozana? Creciendo con elegancia, su delicada flor amarillenta se asoma a quienes contemplan la torre, sin más que la roca fría como compañía. La escena nos recuerda cómo, a pesar de lo que consideramos esencial en la vida, la belleza puede surgir en los lugares más inesperados.
La naturaleza, en su infinita sabiduría, se manifiesta en este cuadro efímero pero lleno de significados. Flor y roca, vida y materia inerte, coexisten en armonía, dándonos una imagen divina, aunque de forma pasajera, que invita a la reflexión. En un momento, la vida florece a pesar de las piedras que parecen inmóviles, mostrándonos que, a veces, lo más hermoso emerge en los momentos y lugares más improbables.
No hay necesidad de saber más. No importa cómo ha llegado ahí, ni cómo ha conseguido mantenerse viva en ese lugar tan inhóspito y hostil, ni cómo se ha protegido de las bajas temperaturas del crudo invierno. Lo verdaderamente relevante y sublime, lo que me dejó sin palabras, era que esa flor existía, que se alzaba con dignidad ante el mundo, regalando su belleza primaveral sin pedir nada a cambio.
Este
cuadro-espectáculo, digno de ser inmortalizado, me inspiró a capturarlo en una
fotografía. Así, lo comparto con todos, para que podamos recordar que es una
lección de perseverancia, de aceptación, de la increíble capacidad de la
naturaleza para mostrarse en su forma más pura, incluso en los lugares más
improbables.
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