EL “ABUELO” Y EL “CAÑIZO”
UNA HISTORIA DE AMOR
Se cuenta que en los tiempos de antaño, en el coso de madera instalado en el interior de la Plaza Mayor de Fermoselle durante las fiestas agustinianas, cohabitaban dos elementos muy destacados por encima del resto de piezas que conforman el habitáculo maderil. Estos dos elementos eran conocidos con cariño como el “abuelo” y el “cañizo”, una pareja que, como dos jóvenes enamorados, se abrazaban mutuamente cada mes de agosto para cumplir su cometido durante los festejos.
El “abuelo”, un robusto y rudimentario madero que se anclaba firmemente en el suelo, soportaba al “cañizo”, que giraba y giraba gracias a unos ingeniosos artilugios que lo unían a su compañero de fatigas. Juntos, desempeñaban una labor crucial durante las fiestas: cerraban la entrada a la plaza, resistiendo las embestidas de los novillos y cabestros, y aguantando el peso de los mozos y la chiquillería que, en su descanso, también se subían a su estructura. Eran parte esencial del paisaje festivo de Fermoselle, componentes de una tradición que, generación tras generación, se mantuvo viva en la memoria de los vecinos.
Ambos, en su vejez, sienten la ausencia del uno al otro y la nostalgia de tiempos mejores, cuando eran los protagonistas de las fiestas, los fotografiados, los buscados por los medios de comunicación que querían retratar su simbólica relación. El “abuelo” y el “cañizo” han sido testigos de muchos momentos históricos de la Villa, y su separación marca el final de una era, aunque con la esperanza de que algún día, tal vez, puedan volver a estar juntos, abrazados, como los viejos compañeros enamorados que siempre fueron.
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