jueves, 6 de febrero de 2025

 EL “ABUELO” Y EL “CAÑIZO”

UNA HISTORIA DE AMOR

Se cuenta que en los tiempos de antaño, en el coso de madera instalado en el interior de la Plaza Mayor de Fermoselle durante las fiestas agustinianas, cohabitaban dos elementos muy destacados por encima del resto de piezas que conforman el habitáculo maderil. Estos dos elementos eran conocidos con cariño como el “abuelo” y el “cañizo”, una pareja que, como dos jóvenes enamorados, se abrazaban mutuamente cada mes de agosto para cumplir su cometido durante los festejos.

El "abuelo"

El "cañizo"

El “abuelo”, un robusto y rudimentario madero que se anclaba firmemente en el suelo, soportaba al “cañizo”, que giraba y giraba gracias a unos ingeniosos artilugios que lo unían a su compañero de fatigas. Juntos, desempeñaban una labor crucial durante las fiestas: cerraban la entrada a la plaza, resistiendo las embestidas de los novillos y cabestros, y aguantando el peso de los mozos y la chiquillería que, en su descanso, también se subían a su estructura. Eran parte esencial del paisaje festivo de Fermoselle, componentes de una tradición que, generación tras generación, se mantuvo viva en la memoria de los vecinos.


Cuando las fiestas llegaban a su fin, el “abuelo” y el “cañizo” se retiraban juntos, como dos viejos amigos, a descansar en unos pajares situados en el Callejón, donde aguardaban hasta el siguiente año. Pero, como todo en la vida, el tiempo pasa y el peso de los años comienza a hacer mella en todo lo que es viejo y querido. Así, el “abuelo” y el “cañizo” fueron retirados por el deterioro que sufrían tras tantas décadas de servicio. La unión que había sido tan fuerte durante años, tanto profesional como emocional, se rompió, y ambos elementos fueron separados, dejando un vacío en el corazón de Fermoselle.


El “abuelo”, solitario y triste, fue colocado en una esquina del templo parroquial, desde donde, con ojos llenos de melancolía, contempla el lugar donde antes se erguía orgulloso, derramando lágrimas de dolor al ver cómo su base se pudre lentamente y su madera se deteriora al estar expuesto a la intemperie. Mientras, el “cañizo” se encuentra en la puerta del Museo Etnográfico de Francisco J. Montero, donde se espera que forme parte del catálogo de piezas expuestas, aunque, como el “abuelo”, sigue sin dejar de lamentar su separación.

Nueva ubicación del "abuelo" y el "cañizo"

Ambos, en su vejez, sienten la ausencia del uno al otro y la nostalgia de tiempos mejores, cuando eran los protagonistas de las fiestas, los fotografiados, los buscados por los medios de comunicación que querían retratar su simbólica relación. El “abuelo” y el “cañizo” han sido testigos de muchos momentos históricos de la Villa, y su separación marca el final de una era, aunque con la esperanza de que algún día, tal vez, puedan volver a estar juntos, abrazados, como los viejos compañeros enamorados que siempre fueron.

Las piezas actuales sustitutas del "abuelo" y el "cañizo" 

Mientras tanto, los vecinos de Fermoselle les dedicamos un sentido homenaje, agradeciendo su legado festivo-taurómaco, con la esperanza de que su memoria perdure. Descansad en paz, queridos amigos. Que vuestra historia permanezca viva en el recuerdo de todos los que tuvimos la fortuna de veros en vuestro esplendor.

lunes, 3 de febrero de 2025

 PANCARTAS

(REVISTA 50 ANIVERSARIO)

La Asociación Cultural El Pulijón es un referente en Fermoselle, no solo por su participación activa en la vida social del pueblo, sino por una serie de tradiciones que han perdurado a lo largo de los años y que se han convertido en un símbolo de su identidad. Entre estas costumbres se encuentran los pasacalles, los chochos, la limonada, y los asados de carne y sardinas, entre otros eventos que alegran las fiestas patronales y otras celebraciones. Sin embargo, uno de los aspectos más singulares y entrañables de El Pulijón es la creación de sus pancartas festivo-reivindicativas, que no solo han sido un vehículo de expresión, sino también una especie de “historia visual” de Fermoselle condensada en una sola frase.

Estas pancartas, que se han convertido casi en un tesoro de la peña, siempre han tenido un papel destacado durante los pasacalles. La pancarta es portada generalmente por los jóvenes o los niños de la Peña, quienes con su entusiasmo y alegría dan vida a esta tradición tan especial. A lo largo de los años, cada pancarta ha reflejado no solo el espíritu festivo de la peña, sino también las circunstancias y vivencias del momento, capturando la esencia de Fermoselle y su gente.

2013 - 40 Aniversario celebrado por todo lo alto

2014 - Los encierros protagonistas durante años

2015 - Foráneos defendiendo la tradición

Un hecho que hizo aún más significativa esta tradición fueron los años 2020 y 2021, cuando la pandemia del COVID-19 obligó a suspender los festejos. En esos años, El Pulijón no dejó que la situación acabara con su legado y, como muestra de su adaptación a los tiempos, confeccionó una pancarta especial que hacía referencia a ese hecho, convirtiéndose en un testimonio gráfico de lo que se vivió durante esos años difíciles.

2016 - En defensa de la tradición taurina

2017 - En busca del pueblo más bello

2018 - Nos acordamos del fatídico incendio en los Arribes 

Desde su fundación, y a excepción de dos años que fueron obras de Efrain Carrasco y una pintora de Zamora,, las pancartas han sido siempre diseñadas y pintadas por los miembros de la peña, siguiendo las ideas y el diseño propuesto por Antonio, quien ha sido pieza clave en la creación de estos distintivos. Cada pancarta no solo es un reflejo de la creatividad y el compromiso de la peña, sino también un verdadero homenaje a las tradiciones, las fiestas y, por supuesto, a la historia de Fermoselle.

2019 - Vaya estrés con tantas actividades
2020 - No nos para ni el COVID
2021 - Querido Emilio, aquí tienes tu pancarta

Hoy, esas pancartas, llenas de color, frases significativas y dibujos que reflejan el alma de Fermoselle, se guardan con cariño y respeto. Son testigos de los momentos que vivió la peña a lo largo de las décadas, y su presencia en cada pasacalle es una forma de recordar a todos lo que significa formar parte de El Pulijón: una familia unida por la alegría, la cultura y el amor por su pueblo.

2022 - Todos unidos superamos al "bicho"
2023 - Satisfacción por el 50 Aniversario
2024 - Cada uno que lo interprete como mejor lo entienda
¡¡¡Aquí hay futuro!!!

sábado, 1 de febrero de 2025

 LA MAGIA DEL CINE EN FERMOSELLE

Se cuenta que antaño, cuando el cine era una de las mayores atracciones para los vecinos de Fermoselle, la Sala del Castillo (construida posiblemente como café teatro en 1.932) se convirtió en el lugar donde la magia del séptimo arte cobraba vida en la localidad. Era una época en la que las luces y sombras proyectadas en una pantalla blanca ofrecían a los habitantes del pueblo una ventana a otros mundos, a historias lejanas, a aventuras y romances que solo se podían imaginar. El cine, además de un valioso entretenimiento, era una experiencia social, un ritual que reunía a niños, jóvenes y mayores, y que se vivía con una mezcla de emoción y nostalgia.

Cartelera original

Uno de los personajes más recordados de esa época era Pepe “el Retratista”, (también ejercía como relojero) el operador que se encargaba de hacer funcionar el proyector desde la cabina situada en la parte trasera de la sala. Pepe, conocido por su destreza y su pasión por el cine, era el encargado de que las imágenes se desplegaran con claridad y que la película avanzara sin problemas. Desde su pequeña cabina, llena de cables, bobinas y el inconfundible sonido del proyector, se preocupaba de ajustar el aparato con precisión para que no hubiera problemas. Para los más pequeños del pueblo, su figura era casi mítica: veían en él a un verdadero mago del cine, un artesano que convertía las películas en una experiencia inolvidable.

Cabina del operador

La cabina de proyección, un pequeño espacio apartado, era de acceso restringido, y muchos de los niños se quedaban mirando con curiosidad desde el pasillo, imaginando cómo era el mundo detrás de la pantalla, donde las bobinas giraban y las imágenes cobraban vida. La presencia de Pepe era fundamental en la experiencia del cine en Fermoselle. El operador no solo hacía que las películas se proyectaran, sino que también formaba parte del alma del evento, siendo una figura de referencia para todos los que acudían a la sala.

El visionado de una película en la Sala del Castillo tenía su propio ritmo, muy diferente al de los cines actuales. Durante la proyección, se realizaban cuatro cortes para cambiar el carrete de las cintas, ya que los rollos de película eran bastante grandes y no se podían proyectar de una sola vez. Estos cortes eran momentos de desconcierto y expectación para los espectadores, quienes se veían obligados a pausar su inmersión en la trama mientras el operador cambiaba el carrete. El proceso de cambio de carrete era realizado con destreza por Pepe, quien, desde su cabina, ajustaba las bobinas con rapidez, mientras los ojos del público se dirigían al proyector con curiosidad. Durante estos cortes, el ambiente se relajaba ligeramente, y los murmullos o risas se hacían más evidentes. Los niños aprovechaban para hacer algún comentario travieso, mientras los adultos se mantenían atentos, esperando el regreso de la acción en la pantalla.

Una de las costumbres que se daban en la Sala del Castillo durante las proyecciones consistía en que las parejas enamoradizas ocupaban normalmente las últimas filas de la sala. Era habitual que, al llegar el descanso de los cortes, estas parejas aprovechaban el momento para intercambiar miradas y palabras, a veces tímidas, a veces más atrevidas, pero siempre con la misma intención: disfrutar de la complicidad del amor juvenil. Los descansos entre cortes eran momentos propicios para estas demostraciones de afecto. Sin embargo, a pesar de la naturaleza romántica de esos instantes, las parejas no podían relajarse completamente. Las madres de los chicos y chicas, que muchas veces también acudían al cine, vigilaban con atención los gestos de los jóvenes desde las primeras filas. Con sus ojos atentos, las madres observaban cada movimiento de las parejas, asegurándose de que las demostraciones de cariño no se desbordaran más allá de lo aceptable para la época.

Subida a la puerta de entrada y taquilla

La Sala del Castillo no era solo un lugar de proyección, sino también un espacio social donde la llegada al cine era toda una experiencia. Para comprar la entrada, los vecinos debían dirigirse a la puerta de entrada situada en la “subida al castillo” (hoy calle de Antonio Regojo). Allí, en una taquilla modesta, se adquiría la entrada, que costaba una perra gorda para los niños, y algo más para los adultos.

Calle Antonio Regojo

Una vez que la entrada estaba comprada, el siguiente paso era subir las escaleras que unían diferentes “descansillos”. Las largas filas de niños y adultos se formaban en la entrada de la sala, mientras la anticipación se apoderaba del ambiente. Los más impacientes, especialmente los niños, aprovechaban el momento para hacer alguna broma, para comentar entre risas sobre la película que se iba a proyectar, o para intentar espiar lo que sucedía dentro. El precio de la entrada era, como en muchos otros pueblos, un tema importante. Para los niños, el costo era accesible: una perra gorda, que era una moneda de escaso valor, pero muy significativa en la economía del pueblo. Aquella moneda, pequeña pero con gran poder adquisitivo para los más jóvenes, les permitía acceder a una de las mayores diversiones del momento: el cine. Para muchos, el precio de la entrada representaba un pequeño sacrificio, pero valía la pena, pues el cine era un evento social de primera magnitud. Para los adultos, el precio era algo mayor, pero aún así, la posibilidad de escapar de la rutina y sumergirse en una historia proyectada en la pantalla blanca era una oportunidad que no se dejaba pasar.

Puerta de entrada

En ocasiones, los niños que no disponían de dinero para adquirir una entrada, intentaban ver algo de la película a través de las rajas o aberturas existentes entre las maderas de las puertas de acceso. Desde fuera, se podía entrever la luz de la pantalla, y algunos, con la mirada fija en esas rendijas, trataban de adivinar la trama de la película, a pesar de no poder verla con claridad. La ilusión de poder ser parte de la experiencia del cine, aunque fuera solo un vistazo fugaz, era suficiente para que los pequeños se sintieran parte de la magia de la proyección.

Puerta, entonces de madera, desde cuyas rendijas se veía la pantalla

La cartelera de las películas no era como la conocemos hoy en día, con impresos brillantes y modernos. En Fermoselle, la cartelera era algo mucho más artesanal. En lugar de grandes carteles comerciales, las películas eran anunciadas mediante varias carátulas que resumían el argumento de la película en pocas palabras. Estas carátulas, generalmente hechas de cartón, eran clavadas en un tablero de madera, tipo palet, que se encontraba en el exterior del edificio. Cada una de estas carátulas representaba un fragmento de la trama, a menudo con dibujos o ilustraciones que intentaban captar la atención de los posibles espectadores.

Carátula de la película que se anuncia en la cartelera

Los niños, al ver esas carátulas, se emocionaban por imaginar las historias que iban a descubrir, aunque no siempre se entendía todo el contenido de la película solo con ver esas imágenes. A veces, los títulos eran misteriosos y evocadores, y las ilustraciones, aunque simples, tenían el poder de despertar la imaginación. Las carátulas servían no solo como una forma de publicidad, sino también como una invitación a un mundo de fantasía y aventuras.

El ritual de llegar a la Sala del Castillo con la perra gorda en la mano, entrar en la sala oscura, buscar un asiento entre las filas de bancos de madera y esperar con expectación a que la película comenzara, era una experiencia única. La luz de los proyectores iluminaba las caras de los espectadores, y el sonido que salía de los altavoces, aunque rudimentario, llenaba la sala con la emoción de la historia que se desarrollaba.

Un escenario de  tiempos pasados
Era habitual que después de la película, los niños salieran corriendo por las calles, hablando emocionados sobre las escenas que más les habían impactado, mientras los adultos comentaban los detalles de la trama o las actuaciones de los actores. El cine en la Sala del Castillo era, por tanto, una excusa para compartir, para vivir una experiencia colectiva, para crear recuerdos que perdurarían durante años.

Aunque hoy en día el cine en la Sala del Castillo ya no es una actividad que se repita, aquellos recuerdos siguen vivos en la memoria de los vecinos más mayores de Fermoselle. Las historias de Pepe el Retratista, de las carátulas clavadas en el tablero de madera, de las risas y emociones compartidas en cada proyección, son parte de la historia de la Villa y su legado cultural. En muchos sentidos, aquellas proyecciones de películas formaron una parte esencial de la identidad del pueblo, uniendo a generaciones a través del poder del cine.

En el interior de esta edificación se encontraba la sala del cine

El cine en Fermoselle fue más que una simple proyección de películas. Fue un espacio de encuentro, de magia, de comunidad. Y aunque hoy las tecnologías han cambiado, la esencia de aquellos días sigue presente en los corazones de los que vivieron esa época, quienes, al recordar aquellas proyecciones, reviven la emoción de una época dorada del cine en Fermoselle.