LAS CHARCAS EN FERMOSELLE
Se cuenta que hace algunos decenios, en las afueras de Fermoselle, existían dos lagunas o charcas que desempeñaban un papel muy importante en la vida cotidiana de sus habitantes. Estas lagunas eran utilizadas principalmente como abrevaderos para el ganado, pero también adquirieron un protagonismo social que va más allá de su función práctica.
En
tiempos pasados, cuando el acceso al agua potable no era tan fácil ni tan
abundante como en la actualidad, estas charcas se convirtieron en el principal
recurso hídrico para los animales de Fermoselle. El ganado acudía a ellas para
beber, y los labradores, en su labor diaria, dependían de ellas para que sus
animales pudieran mantenerse bien hidratados. Sin embargo, el uso constante por
parte del ganado hacía que las aguas de las dos lagunas estuvieran lejos de ser
limpias y cristalinas. La suciedad acumulada por los animales, junto con la
falta de una adecuada higiene, convertía las aguas en algo turbio y de dudosa
salubridad, en un verdadero cenagal.
A pesar de la falta de limpieza y las condiciones poco higiénicas, las lagunas tenían un uso inesperado: eran el lugar de baño para los hombres de Fermoselle. En una época en la que no se disponía de trajes de baño, las charcas se convertían en un espacio común para que los hombres, sobre todo en los calurosos días de verano, pudieran refrescarse y disfrutar de un momento de alivio tras las duras jornadas de trabajo en el campo. La tradición de bañarse en las charcas, a pesar de las malas condiciones del agua, era vista como algo habitual, una costumbre aceptada en la vida rural del pueblo.
Era
un espacio en el que, al anochecer, se reunían muchos de fermosellanos, que se
sumergían en las aguas turbias sin apenas preocuparse por la suciedad. La falta
de ropa adecuada para bañarse no era un obstáculo, ya que el baño en estas
lagunas formaba parte de un ritual de convivencia social. Era un lugar de
encuentro, de risas y de charlas informales sobre el día a día, donde los
hombres se relajaban y compartían historias mientras se refrescaban.
Sin embargo, las mujeres de Fermoselle no solían participar en este tipo de baños. En esa época, la sociedad era muy conservadora y las normas de género estaban estrictamente marcadas. Las mujeres no se bañaban en las mismas aguas que los hombres, y su contacto con las charcas estaba limitado a las tareas relacionadas con el ganado o con la recolección de agua. Además, la costumbre de nadar o de practicar el baño libre no era algo común entre las mujeres de la época. La falta de trajes de baño adecuados y el contexto social impedían que las mujeres pudieran disfrutar de este tipo de prácticas. Como consecuencia, muchas de ellas no aprendían a nadar, pues el acceso a las aguas para ellas era más bien una cuestión de necesidad (para lavar la ropa o realizar otras tareas) que de ocio o recreo.
Con el paso de los años, las necesidades y las costumbres de la sociedad cambiaron, y las viejas charcas dejaron de tener la misma importancia. Los avances en la infraestructura hidráulica y la mejora de las condiciones sanitarias hicieron que las lagunas perdieran su función original. La suciedad acumulada en sus aguas y la falta de higiene fueron factores determinantes para su progresivo olvido.
Sin
embargo, en lugar de desaparecer por completo, la historia de las lagunas de
Fermoselle dio paso a nuevas transformaciones que reflejan la evolución del
pueblo. Hoy, una de estas antiguas lagunas, la de las Eras ha sido recuperada y
transformada en la piscina municipal de Fermoselle, un espacio de recreo y ocio
que ofrece a los habitantes del pueblo y a los visitantes la posibilidad de
disfrutar de un baño en aguas limpias y acondicionadas, muy lejos de las condiciones
de suciedad y turbieza que caracterizaban a la laguna de antaño. Esta piscina
municipal se ha convertido en un lugar de encuentro en los calurosos meses de
verano, un espacio donde las familias, los niños y los turistas pueden
disfrutar del agua en un entorno saludable y seguro.
La charca de las Eras, era mucho menos atractiva para los bañistas. Su agua oscura y su aspecto algo tenebroso provocaban el miedo de muchos. Allí, apenas se bañaban personas, pues la sensación de temor que causaba su agua turbia desalentaba a los más valientes a meterse en ella.
Por
otro lado, el espacio ocupado por la laguna de Santo Cristo, ha sido
transformado en un moderno polideportivo, un complejo que alberga instalaciones
para la práctica de deportes tanto al aire libre como bajo techo y desde hace
unos años, en ese mismo espacio, funciona una guardería infantil. Este
polideportivo no solo ha mejorado las infraestructuras deportivas del pueblo,
sino que también ha proporcionado a los fermosellanos un lugar para el ocio, la
actividad física y el bienestar, convirtiéndose en un centro neurálgico para la
comunidad.
La
transformación de estas antiguas lagunas en la piscina municipal y el
polideportivo refleja la evolución de Fermoselle, un pueblo que ha sabido
adaptarse a los tiempos modernos sin perder el vínculo con su historia y sus
tradiciones. Las lagunas, que en su momento fueron testigos de una vida rural
más austera y sencilla, hoy se han reconvertido en espacios de bienestar y
recreo para las nuevas generaciones.
Aunque
las charcas ya no son lo que fueron, su historia sigue viva en la memoria
colectiva del pueblo. Aquellas tardes de baño en aguas sucias, los hombres que
se reunían en las lagunas para charlar y refrescarse, y las mujeres que observaban
desde lejos sin poder compartir esa experiencia, son parte de un pasado que,
aunque lejano, sigue siendo un testimonio de las costumbres y la vida cotidiana
de Fermoselle en tiempos pasados.
Hoy, en lugar de las aguas turbias de las antiguas charcas, Fermoselle ha dado paso a espacios más limpios y funcionales, pero sin olvidar nunca sus raíces. Las lagunas de antaño, convertidas en piscina y polideportivo, son el reflejo de un pueblo que sigue mirando al futuro con la misma dedicación y cariño con los que siempre ha cuidado su historia y sus tradiciones.
En
aquellos tiempos los jóvenes y niños de Fermoselle se bañaban durante el día en
el agua cenagosa de la charca de Santo Cristo. La entrada al agua, se
encontraba llena de los excrementos de los animales que abrevaban en ella.
Ranas, renacuajos, culebrillas nadando te las topabas a menudo. Había costumbre
de saltar a modo de trampolín utilizando el pretil de piedra que la separaba de
la carretera del cementerio. Era la forma más maravillosa de pasar las largas
jornadas del verano en Fermoselle.
Pero no todo era diversión sin más. Si alguien decidía ir a la charca sin permiso, lo más probable es que al regresar a la orilla se encontrara con una reprimenda. Las madres, alertadas, iban hasta allí a por los niños, recogiendo la ropa que habían dejado en la orilla o en las lastras de uno de los laterales utilizados para tomar el sol, obligándolos a regresar a casa, a menudo de forma algo incómoda. Sin embargo, para muchos de esos niños y jóvenes, la charca de Santo Cristo se convirtió en un lugar de recuerdos felices de los largos y cálidos veranos, una tradición sencilla, pero profundamente vivida.
Esos
veranos junto a las charcas de Fermoselle son un reflejo de una época donde,
aunque no existían grandes comodidades, los momentos compartidos alrededor de
estos espacios naturales formaban una parte entrañable de la vida cotidiana del
pueblo.
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