lunes, 5 de junio de 2017

SANTA CRUZ
ROMERÍA PARTICIPATIVA EN FERMOSELLE
Los romeros se acercan a la campa con el ánimo en su máxima expresión. Religiosidad, algarabía, saludos efusivos,  música, baile, polvo, sudor,  en resumidas cuentas, fiesta en su totalidad   son elementos compartidos entre los que circundan la ermita, sí, la ermita de Santa Cruz, allá, en los extrarradios del pueblo camino de Portugal.
 El Lunes de Pentecostés, en Fermoselle, es catalogado como uno de los dos días no laborables de la localidad. Eso da cuenta de la raigambre y la importancia de esta festividad incardinada entre las romerías más destacadas a nivel provincial. Los días previos se viven con cierto nerviosismo esperando que el tiempo atmosférico acompañe y que todos los preparativos estén bien atados para que todo resulte como se ha programado.
Muy de temprano, tanto las agrupaciones de romeros, como los que lo hacen a nivel familiar, e incluso individual, arrancan desde los diversos puntos de la localidad, con vestimenta apropiada para disfrutar en el campo y con lo necesario para pasar la jornada sin sobresaltos. Las autoridades, civiles y religiosas, los hacen desde la plaza mayor acompañados por la música de los tamborileros Juan de la Encina y algunos vecinos que desean engrosar  la comitiva. 
A media mañana los alrededores de la ermita se convierten en un espectáculo inusual que solo se consigue una vez al año. La mañana transcurre arrastrada por un bullir de personas que se dedican a todo tipo de quehaceres. Las más creyentes se adentran en el templo para orar, ocasión que aprovecha la cofradía para recibir el óbolo para su mantenimiento;  otros no paran de bailar piezas tradicionales de la zona al son de los tamborileros; hay quien aprovecha para contar sus cuitas a quienes hace tiempo que no ven; no faltan los que sentados en los paredones o en las lastras observan con   emoción contenida todo cuanto acontece en el lugar; los más mañosos inician el prendido de las hogueras  con la finalidad última de recibir la carne aderezada al gusto fermosellano; y por supuesto, algo que no puede faltar , el juego en corro en torno a la “´tía María” que cuando considera que el chocolate ya está hecho escapa del mozo que la pretende y persigue zigzagueando entre los componentes de corro, hasta que es atrapada, o no, para comenzar de nuevo. Se puede considerar como el acto central y el más tradicional de la mañana. Bajo un sol implacable transcurre la comida en la que no falta de nada. 
La animada sobremesa, aprovechada por algunos para dar unas cabezadas, se alarga entre copa y copa de licor café y dulces típicos caseros elaborados para la ocasión.
Queda la tarde-noche por delante. Estas horas son dedicadas a los cánticos, bailes y juegos que comparten, sin miramiento de edad, la inmensa mayoría de los romeros. Mientras, en las parrillas se colocan kilos y kilos de carne, panceta y choricillos. Un verdadero espectáculo gastronómico envuelto en el olorcillo al asado y las humaredas de cada lumbre es el que se produce ya mediada la tarde. Un receso para degustar lo así preparado regado con vino tinto de la uva autóctona Juan García que vuelve a levantar el espíritu festivo. 
Falta el regreso al pueblo. Entre dos luces se forma la caravana romeril que con lentitud, debido al jolgorio de los más jóvenes, es especial, se acercan a las primeras calles y continúan al mismo ritmo hasta la plaza. Aquí ya se desbordan las ganas de divertirse ante las gentes que lo siguen como espectadores. Hay que aguantar, pues hasta pasado un año no se vuelve a repetir.
Eran las 12 de la noche y aun permanecían en la plaza las últimas unidades participantes en la fiesta de Santa Cruz, siempre el Lunes de Pentecostés y en Fermoselle.

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