LAS CIGÜEÑAS INTENTAN ACABAR CON SU MALEFICIO
Ya se vislumbra en el horizonte litúrgico el Domingo de Pentecostés. Es el día en que se cumplió la promesa de Cristo a los apóstoles de que el Padre enviaría al Espíritu Santo para guiarlos en la misión evangelizadora. En Fermoselle tiene un significado especial pues en ese día en el que se da como clausurado el tiempo Pascual, se ejecuta una tradición heredada desde hace muchísimos años pero que entre algunos vecinos se mantiene con frescura y que consiste en la retirada del sudario, como explico a continuación.
Pues bien, en torno a este sencillo monumento se narra una leyenda un tanto curiosa y muy conocida en la villa. Al parecer, un año desapareció la tela de su sitio. Hechas las indagaciones suficientes no se dio con el ratero que la sustrajo pero sí con el lugar donde se encontraba, exactamente en el nido de cigüeñas de la iglesia. Entonces, el cura maldijo a quien lo hubiera hecho desaparecer y desde ese momento todas las cigüeñas abandonaron la localidad no volviendo a anidar en el término de Fermoselle. Este suceso se pierde en la noche de los tiempos.
Esta leyenda aparece narrada
con precisión en el libro “Historias y Leyendas de
Fermoselle”, de Roberto Fariza González, con el título de LA MALDICIÓN DE
LA CIGÚEÑA.
A pesar de ello, y es lo que da cierta verosimilitud a lo ocurrido, en más de una ocasión se han “perdido” por Fermoselle alguna pareja de cigüeñas con la intención de anidar, normalmente en la espadaña de la antigua iglesia de San Francisco o de San Juan Bautista. También en este 2024 se ha cumplido esa intentona ya que mediado el mes de abril una pareja se ha afanado en el transporte de palos y ramas para la construcción de su nido en el campanil, quedando el intento, de momento, inconcluso.
Roberto me cuenta una curiosidad. Por lo visto, cuando suena el canto en gregoriano en el claustro del “convento”, ellas, la pareja de cigüeñas, inician su crotoreo o castañeteo, a modo de celebración agradecida. Este hecho tan singular viene a refrendar lo que García Lorca escribió después de un viaje a Castilla durante el cual le llamaron la atención las cigüeñas, sentadas en lo alto de los campanarios y que le parecieron poetas melancólicos, que al carecer de música en la voz se acercaban a vivir junto a la fuente musical de las campanas.
Estos son los primeros versos:
Amantes de
campanas.
¡Oh, qué pena tan
grande
Que no podéis
cantar!...
¡Oh, pájaros derviches
llenos de soñolencia…!”
1 comentario:
Una historia muy antigua y al mismo tiempo entrañable..🤗🫶
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