miércoles, 28 de abril de 2021

 A VUELAPLUMA

JUAN ANTONIO PANERO

“LA VIVIENDA EN FERMOSELLE”

Juan Antonio Panero nació en Almeida (Zamora) en 1935. Realizó los estudios de Magisterio en la Escuela Normal de Zamora .Ha ejercido como maestro durante 40 años en su tierra natal, 12 en Alfaraz y el resto en Almeida. Se le puede considerar como el sayagués más estudioso y defensor de las tradiciones y del medio rural en el que siempre  Su pasión por la naturaleza, la geología, la arqueología, la historia, la etnología y otros aspectos de la comarca, se han puesto de manifiesto en multitud de charlas y conferencias en pueblos de Sayago, en Zamora, Coruña y Salamanca, donde ha puesto siempre énfasis al hablar de las cosas y excelencias de su tierra. En las aulas siempre trató de inculcar a sus alumnos el conocimiento, amor y defensa por la zona.

Es autor, entre otros libros, de “Sayago, costumbres, creencias y tradiciones” y “Sayago: historia, arte y monumentos”, éste en colaboración con José Luis Valdueza, maestro de Fermoselle ya fallecido.

Panero recibió en 2.009 el título de “Sayagués Ilustre” por iniciativa de la Asociación de Empresarios de Sayago.

 En 2.000 escribía lo siguiente sobre la vivienda de Fermoselle

La vivienda de Fermoselle da lugar a una arquitectura que rompe con los moldes establecidos en la comarca. Una arquitectura distinta, especialmente diseñada y condicionada por el emplazamiento en que se asientan sus casas. El Duero y el Tormes, en su continua labor erosiva, han ido perfilando en su confluencia, un espolón a modo de proa de un barco. Ambos flancos quedaron enmarcados por cortados graníticos que hicieron del lugar una defensa natural inexpugnable desde su ocupación por celtas y romanos. En el vértice del ángulo formado, quedan los restos del Castillo de Doña Urraca, donde vivió esta reina tras ser repudiada por su marido, nuestro Rey Fernando II de León. El mismo castillo donde posteriormente se refugió y fue hecho prisionero el obispo comunero Acuña. Al lado la Plaza, de donde parten estrechas y largas calles hacia el naciente, única entrada natural, que se van bifurcando a medida que el ángulo se va abriendo. Se comunican entre sí por pendientes y empinadas callejuelas, claras reminiscencias y vestigios judíos. 

En este nido de águilas las casas colgantes, encaramadas en los peñascos, se asoman al cantil apretándose unas junto a otras por falta de espacio y desde ellas pueden observarse las laderas de viñedos, frutales y olivos, que descienden hasta el cauce de los ríos. Al otro lado, en una bellísima panorámica, se distinguen perfectamente los pueblos portugueses o las tierras salmantinas. Un entorno distinto y unas casas distintas. Ya no vemos en Fermoselle aquel cinturón de cortinas alrededor del pueblo, como en los otros pueblos de Sayago. Ahora las paredes que se observan no se han levantado para el cerramiento de las fincas sino como muros de contención de las tierras, que de no ser por ellas, al ser movidas por el arado, se hubieran erosionado y precipitado hasta las fauces de los ríos. Obra de titanes es todo este sistema de bancales o terrazas en las que se asientan los cultivos ya citados. Los edificios no dejan espacios intermedios para huertos ni cortinas, como fuera normativa en la zona. Están constreñidos, apiñados. 

Los fermosellanos tuvieron que buscar sitio hacia el cielo para edificar. Por ello, sus casas ya no son achatadas como las del resto de Sayago. Tienen dos plantas: la de arriba para la vivienda y la de abajo para cobijo de los animales y la bodega. Pero lo más llamativo y meritorio es que los vecinos han sabido respetar alineaciones y estructuras conservando el pueblo un cierto sabor medieval. No en vano ha sido declarado conjunto artístico e histórico, un galardón del que sus habitantes se sienten orgullosos. 

Un pueblo especial en un lugar especial. Como especial es también, y de lo más interesante, el conjunto de bodegas. Algunas, verdaderos palacetes subterráneos, como la del Polijón por ejemplo. A pico y pala, cada vecino ha ido excavando en el granito descompuesto amplias galerías. Así, la frescura de la roca las convierte en un emplazamiento ideal para conservar el vino. Arcadas de piedra refuerzan los techos con el fin de evitar que las casas puedan hundirse. Una red de desagües hacia el río las comunica entre sí, de forma que el intrincado laberinto bien pudiera comparase con las antiguas catacumbas romanas. Pueblo turístico por excelencia, este de Fermoselle, que ha sabido conservar su tipismo.”

1 comentario:

Blogero dijo...

Lo más grande que le ha pasado a nuestra tierra.