MIRADA LIMPIA HACIA LA TRADICIÓN
Ese es el instante. El niño que asoma a través de uno de los vomitorios del coso fermosellano y con un recorrido rápido y continuado contemplando con su mirada cándida y limpia esa especie de “circunferencia” que marca la plaza, se ha centrado en el punto por el que han de pasar los novillos y los corredores dentro de unos días. Su abuelo, que se ha dado cuenta de la situación, le invita a que dé un paso más para que se posicione en el tendido y así disfrutar de la original e inigualable vista general que ofrece el andamiaje a punto de finiquitar. El nieto no lo admite, pues una cinta le indica que no está permitido adentrarse.
Ese momento y desde ese lugar un tanto privilegiado lo aprovecha el abuelo para contarle, de forma breve, algunas de las “historias” que con el paso inexorable de los tiempos han quedado en el recuerdo de los mayores y que fueron parte importante del santo y seña de los festejos “sanagustineros” que en Fermoselle se celebraron para el regocijo de mayores y pequeños. El “disco duro” del niño recogía las imágenes del toro de fuego, las ruedas artificiales, los cohetes de colores, el toque de la campana, la fiesta de los “tablaos”, las familias de los Tarabillas, Anicetos y Caleros, artífices de la obra que ahora admira desde ese especie de balcón abierto a la tradición, del poste conocido el “abuelo”, de la barrera en exclusiva para los voluntarios de la Cruz Roja, de las multitudinarias verbenas en las que al compás de las orquestillas se bailaba en el ruedo dejando para los más enamorados los espacios a media luz bajo los tendidos, la columna humana de curiosos que se formaba en una parte de la plaza, embocando la estrechez de la calle “Abajo” con la finalidad de seguir la carrera de los protagonistas de los encierros y cómo, de inmediato, se desmoronaba siguiendo una especie de orden no establecido, del tejado y los balcones del ayuntamiento repleto de gentes, así como las balconadas de los edificios que cierran el perímetro…
Todo un torrente de
recuerdos y emociones que hacían mella en ese niño que seguía la narración del
abuelo con exquisita atención..Pero había que abandonar ese punto tan
privilegiado y al descender por la escalera, el nieto y el abuelo se toparon de
bruces con la lancha donde un toro
corneó al Dios y a su cuñado produciéndo la muerte de ambos. Ahora esa mirada
limpia hacia la tradición del niño se convirtió en una mirada inquisidora que
trataba de entender, no con mucha claridad, el triste suceso que le contaba el
abuelo. Continuaron las explicaciones sobre cómo los mozos actuaban en las
talanqueras durante las corridas, los más osados en la parte delantera y el resto
detrás; de los golpes secos que los astados le propinaban a los maderos, siendo
raro el año que no se fracturaba alguno,
que por cierto era repuesto con celeridad por los “cerradores” de la plaza,
produciendo el temor de los que allí se encontraban a la vez que el griterío de
las gradas avisaban del incidente; el deambular de otros muy poco interesados por lo que ocurría en el
ruedo; de lo que con mucha frecuencia caía del “cielo”, en forma líquida, y que
tanto le fastidiaba a quienes recibían el chaparrón en forma de orina.
¡Qué cosas aquellas! -decía
el nieto- quien al llegar a casa, Intentando actualizar lo que con suma atención había escuchado, se dedicó
durante una temporada a representar con sus piezas de “playmobil” algunas de
las escenas que con aquella mirada limpia hacia la tradición quedaron grabadas
para siempre en su imaginario infantil. ¡Qué pena que una buena parte de estas
y otras “historias” hayan desaparecido! –decía el abuelo al niño- mientras
ambos de fundían en un abrazo fraternal. Quedaba patente que el antes y el
ahora se complementan para conformar unas fiestas que los fermosellanos, tanto
niños como mayores, viven con mucha pasión e intensidad.
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