RECUPERACIÓN DE LA MATANZA EN FERMOSELLE
Fermoselle revive una
de las tradiciones que prácticamente había quedado en el olvido. Hablo de la
matanza. Esta fue una práctica que hace no muchos años estaba considerada como
uno de los momentos más carismáticos, festivos y fraternales de la época invernal entre la mayor parte de
las familias fermosellanas.
Rara era la casa en la que no se cebaba a uno o más
cerdos para una vez engordadas varias arrobas, poderlos sacrificar para obtener
parte del sustento para el resto del año. Con el paso del tiempo y motivado por
diversas causas: situación socioeconómicas, limitación de espacios, ordenanzas
municipales y disposiciones sanitarias, entre otras, fue quedando en desuso my
ahora, en muchas localidades, se le recuerda con cierta añoranza para los
mayores y como una novedad para los más pequeños. En breve espacio de tiempo
pasamos de la “despensa casera” a la dependencia de las grandes superficies, de
la artesanía familiar a la industrialización que nos devora y rompe todas
nuestras raíces.
Pero vayamos a la
“fiesta de la matanza fermosellana”. Comenzaba la mañana con un frío que
invitaba a la lumbre, a un buen trago de aguardiente o vino y a una tapa de
pestorejo. Los primeros minutos se dedicaron
a situar en la plaza los diferentes enseres necesarios para tal cometido. Barreños,
artesas, máquina de picar la carne y de embutir, el tajo, la macheta, pucheros,
potes, calderos, cuchillos de diferentes tamaños, estrébedes y un largo número de utensilios que en los diferentes momentos
serían utilizados por los operarios, todos ellos voluntarios. Hombres y mujeres
se afanaban en sus cometidos para que todo estuviese bien dispuesto para la
recepción del marrano, ya sacrificado, y con el correspondiente análisis por
parte del veterinario. Embutidos Puente Robles y Don Curado de encargaron de aportar
la materia prima.
Llegado a este punto se
iniciaron las labores matanceras con el chamuscado del cerdo a base de paja
bien seca y de escobas recogidas en los arribes.
Se continuó con el lavado, el raspado, la extracción de las pezuñas, la
abertura en canal con cuidado de no dañar las mantecas, el vaciado del
contenido intestinal y el estazado.
Estas operaciones las ejecutaron los
hombres mientras las mujeres fueron preparando las sartenes, lavando las tripas
y atándolas, preparando el adobo de los chorizos. Junto a esto fueron separando
los pies, el espinazo, las costillas, el lomo, los solomillos, la panceta, las
orejas y la papada en torno al calor que desprendía un brasero de cisco. Ellas
se encargaron también de picar la carne y rellenar las tripas dando como
resultado los chorizos que se guardaron para su “curado” en una casa
particular.
Al durar el proceso
de la matanza solamente la mañana una buena parte del cerdo se ofreció para
degustarlo en directo por todos los asistentes. Así, se asaron los costillares,
parte de la falda (panceta), el tocino (torreznos); se frieron las chichas ya
sazonadas; se sacaron los chicharrones después de freír la manteca; se
elaboraron las típicas morcillas follacas aprovechando la sangre recogida con anterioridad.
A medida
que avanzaba la jornada los fermosellanos fueron llenando la plaza que siempre
estuvo animada por los tamborileros “Juan de la Encina” mientras que en la
carpa se ofrecían a buenos precios una serie de productos de la tierra
elaborados por artesanos de Fermoselle.
Visto el
excelente resultado, es una iniciativa que se debería mantener y potenciar para
años venideros permitiendo que tanto los vecinos como los visitantes se sientan
hermanados en torno a una tradición que
otrora se convertía en la mayor reunión familiar del año. Enhorabuena a
organizadores, patrocinadoras y cooperantes por un trabajo hecho a conciencia.
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