martes, 15 de abril de 2025

 SEMANA SANTA EN FERMOSELLE: SENCILLEZ, EMOCIÓN Y ALMA

La Semana Santa en Fermoselle, villa cargada de historia y misticismo, se celebra con una sencillez que, lejos de restar solemnidad, la convierte en una manifestación profunda de fe y recogimiento. No hay grandes alardes ni ostentaciones, pero sí un respeto hondo, un silencio que pesa y una emoción que estremece. Durante estos días, el corazón del pueblo late al compás de las imágenes sagradas que recorren, solemnes, las principales arterias de la localidad.

Los vecinos de Fermoselle no son meros espectadores. Viven cada instante con el alma en vilo, acompañando con recogimiento a las tallas que, desde generaciones pasadas, han sido testigos de su devoción. Y es precisamente en esos momentos, cuando la respiración se entrecorta por la intensidad del sentimiento, donde la Semana Santa fermosellana muestra su verdadero rostro.


Uno de esos instantes llega en la noche del Jueves Santo. A las once en punto, en el interior de la parroquia, los cofrades del Cristo de la Agonía se sitúan en fila en el pasillo central, sumidos en un silencio sepulcral. El sacerdote les invita al compromiso, y ellos, con voz firme y al unísono, juran guardar silencio durante toda la procesión. Un silencio que habla más que cualquier palabra, que cala y emociona.

La imagen del Cristo de la Agonía inicia entonces su recorrido. El momento cumbre de esta procesión se vive cuando la talla, portada con mimo por los cargadores, atraviesa el Arco medieval. El paso debe ser preciso, milimétrico, para que los brazos extendidos de la cruz no rocen los antiguos muros. El contraste entre la piedra centenaria y la figura del Redentor crea una escena sobrecogedora, de esas que quedan grabadas en la retina y el alma.


Con la madrugada del Viernes Santo llega uno de los episodios más conmovedores: el encuentro entre Madre e Hijo. En la confluencia de las calles Isidro Cabezas y Amargura, entre el resencio de la mañana y la quietud expectante de los penitentes, se produce ese cara a cara desgarrador entre Jesús y María. No se intercambian palabras, pero el silencio dice todo. Sus rostros tallados parecen contener una conversación profunda sobre el dolor, la pérdida y el amor infinito que los une. Un instante que invita a la reflexión más íntima.



Ya por la tarde, en las afueras de la villa, se celebra el entierro del Cristo Yacente. Junto al cementerio, la Virgen de la Soledad, con el corazón roto, acompaña a su Hijo en su último trayecto. Los cargadores, fieles al rito heredado de sus mayores, realizan las tres genuflexiones al son del grito tradicional: “¡A la una, a las dos y a las tres!”. Es un gesto ancestral que enlaza generaciones y mantiene viva la llama de la tradición.


No puede pasarse por alto la escena del Nazareno, que con paso lento y firme, se abre camino entre los fieles en torno al descendimiento. La estrechez del lugar, el peso de la imagen y la gravedad del momento, todo se conjuga para transportarnos al Vía Crucis del Señor, reviviendo su dolor en un atardecer que parece detener el tiempo.


Y como todo lo cristiano, esta historia de dolor y sacrificio encuentra su luz al final del túnel. O al principio, según se mire. En la Plaza Mayor, bajo la claridad de la mañana de Pascua, se celebra la Resurrección. Cristo resucitado es alzado ante un pueblo que lo abraza con la mirada y la fe. Es un momento de júbilo y esperanza, donde la tristeza se transforma en vida nueva. La plaza vibra con la certeza de que, tras el sufrimiento, siempre llega la luz.


Así se vive la Semana Santa en Fermoselle: con sobriedad, con respeto, con una emoción contenida que estalla en el interior de quienes la contemplan. Si deseas experimentar una vivencia auténtica, si quieres ser testigo de gestos sublimes y escenas únicas, ven a Fermoselle. Vuelve a tu casa con el espíritu renovado, con el alma más llena y el corazón más cerca de lo eterno.

No hay comentarios: