EL ÁRBOL DE CORCHO
Se cuenta que en Fermoselle desde hace muchísimos años se yergue un árbol con un porte majestuoso que es la envidia de cuantos pasan ante él.
Siendo niño
recuerdo a mi abuelo que me contaba, tal vez para meterme miedo, que las brujas
existentes en Fermoselle se reunían en aquelarres las noches claras del estío
para celebrar sus reuniones y rituales danzando con locura alrededor de su
leño. Y yo me lo creía.
Tan fuerte es su amor a este pueblo que se aferra día tras día al terruño, luchando contra las adversidades con las que se ha tropezado, como la que sufrió hace unos años en la que el fuego abrasó una buena parte de su voluminoso cuerpo.
¡Cómo no
recordar aquellas carreras que desde su parcela y carretera abajo echábamos los niños al
atardecer acompañando al “correo” (nombre que se le daba al autocar de servicio
público entre Zamora y Fermoselle) vitoreándole hasta su llegada al garaje
situado junto al molino!
¡Cómo no
imaginar, fisgoneando desde los “chiscones”, las conversaciones silenciosas que
mantendrá con su vecino, el emigrante, durante las eternas y gélidas noches
invernales!
¡Cómo no
reconocer que ha sido, en tiempos pasados, el depositario del último y
nostálgico adiós al pueblo, a nuestro pueblo, a la hora de partir hacia los
respectivos hogares en el exterior!
Se cuenta que aún conserva la energía y las agallas suficientes para seguir guardando los secretos de las gentes de Fermoselle. Que así sea, amigo “árbol de corcho”.
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