EL VERSO HECHO PASIÓN
“Cuando pasa el Nazareno
Con la frente ensangrentada,
La mirada del Dios bueno…”
Así comienza José María Gabriel y Galán su poema La
Pedrada y así se pasea el Nazareno por las angostas calles de Fermoselle
durante su Semana Santa. Su cara ensangrentada y llena de sufrimiento recoge
las miradas de creyentes, o no, que se agolpan en bocacalles para contemplar su
lento tránsito por la vía dolorosa.
de la frente coronada,
por aquel de espigas lleno
campo dulce, campo ameno
de la aldea sosegada,
los clamores escuchando
de dolientes Misereres,
iban los hombres rezando,
sollozando las mujeres
y los niños observando...”
En su recorrido por el casco histórico de la villa
fermosellana, siempre acompañado por su Madre Dolorosa, como dice Gerardo Diego
en la Ofrenda de su Vía Crucis:
“Virgen ya de la agonía,
tu Hijo es el que cruza ahí.
Déjame hacer junto a ti
ese augusto itinerario.
Para ir al monte Calvario,
cítame en Getsemaní…”
tu Hijo es el que cruza ahí.
Déjame hacer junto a ti
ese augusto itinerario.
Para ir al monte Calvario,
cítame en Getsemaní…”
Se siente arropado por el amor de su Madre que
no le abandona y que con su cara serena trasmite la tristeza y emoción ante
tanto dolor compartido con su Hijo que avanza lentamente e impertérrito hacia
su muerte. Pero antes se debe producir el “encuentro”. Madre e Hijo, frente a
frente, en la desembocadura de la Amargura. Los fermosellanos se aprietan en
torno a esta estampa fraternal.
“¿Cuándo en el mundo se ha
visto
tal escena de agonía?.
Cristo llora por María.
María llora por Cristo.
¿Y yo, firme, lo resisto?.
¿Mi alma ha de quedar ajena?.
Nazareno, Nazarena,
dadme, siquiera, un poco
de esa doble pena loca,
que quiero penar mi pena.”
tal escena de agonía?.
Cristo llora por María.
María llora por Cristo.
¿Y yo, firme, lo resisto?.
¿Mi alma ha de quedar ajena?.
Nazareno, Nazarena,
dadme, siquiera, un poco
de esa doble pena loca,
que quiero penar mi pena.”
Pero el cortejo continúa
hacia el Calvario, allá, a las afueras de Fermoselle, camino del cementerio. En
el ocaso del día los penitentes contemplan con serenidad la despedida
desgarradora de la Madre que regresa sola, pero arropada por el calor de
quienes le han acompañado en todo momento.
con honda calma doliente,
¡Qué triste el sol se ponía!
¡Cómo lloraba la gente!
¡Cómo Jesús se afligía!...
¡Qué voces tan plañideras
el Miserere cantaban!
¡Qué luces, que no alumbraban,
tras las verdes vidrieras
de los faroles brillaban!”
Llega la noche y al pasar junto al crucero de la
Cruz de la Cárcel todo se ha consumado. Los fermosellanos entonan el “Perdona a
tu pueblo, Señor” hasta llegar a la portada norte de la parroquial a través de
la cual se introducirá a la Virgen donde permanecerá silenciosa hasta el
próximo año.
“He aquí helados, cristalinossobre el virginal regazo,
muertos ya para el abrazo,
aquellos miembros divinos.
Huyeron los asesinos.
Qué soledad sin colores.
Oh, Madre mía, no llores.
Cómo lloraba María.
La llaman desde aquel día
la Virgen de los Dolores.”
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