EL OTOÑO SE FRENA EN FERMOSELLE
Avanzamos
hacia el invierno inexorablemente aunque en Fermoselle parece que va con
retraso esa transición estacional. Allí aparenta como si se hubiese frenado
durante unos días para darle un empaque de pueblo diferente al haber sido
colocado en un paraíso terrenal que denominamos Arribes del Duero.
La atmósfera
aun nos habla de otoño, los árboles, en general, se resisten a quedarse
desnudos totalmente antes de llegar al nuevo año, los viñedos siguen revestidos
por infinidad de tonos ocres y amarillentos de pluralidad de matices, los
madroños exhiben sin miramientos la exuberancia y el colorido de sus frutos en
pleno apogeo, mientras la aceituna se resiste a trocar su túnica verde por la
azulona que denota su madurez y, cómo no, también el rusco aporta su exquisitez
colorista en esa simbiosis de su botón rojo con la hoja matriz. Hasta los
atardeceres compiten en belleza con los que acostumbramos a contemplar allá, en
el horizonte lusitano, durante el verano que, ese sí, ya quedó atrás.
Y es que el
otoño, estación un tanto triste y melancólica, en Fermoselle muestra su semblante
más agradable a la vista de aquellos que invitados por su hermosura se acercan
hasta la villa en busca, precisamente, de las características especiales que
ofrece esta estación. Y dicho sea de paso, todos regresan enamorados de este
lugar, de estos paisajes, de este pueblo medieval, de sus gentes hospitalarias que aún salen al campo a
laborear o a pasear porque el otoño se aferra a sus vidas.
Todo lo
escrito se materializa en los Olivicos, en la finca del Pulijón y su entorno.
Como se puede apreciar en las imágenes que completan el texto, el otoño sigue
ahí, enfrentado al invierno que intenta abrazarle con sus nieblas y bajas
temperaturas. Aun queda tiempo por delante para que la naturaleza trastoque su
cara otoñal, por lo que procuraremos disfrutar de esa templanza que nos regala.
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