UN ALMENDRO
EN LA BARBACANA
Se cuenta que un
almendro que se aferraba a la pared de una especie de barbacana situada sobre el único cubo de
muralla que permanece intacto en el castillo de Doña Urraca en Fermoselle fue
durante muchos años un testigo mudo de amor, de promesas y de recuerdos que
quedaban atrapados en las cámaras fotográficas de los recién casados y las
parejas de novios que se acercaban a este rincón tan especial. En su sombra,
bajo el cielo abierto, el susurro de los enamorados se mezclaba con la brisa,
creando una atmósfera única, de las que solo se encuentran en los lugares donde
el tiempo parece haberse detenido.

La pared, vieja y
desgastada por el paso de los siglos, parecía haber encontrado en el almendro
su compañero perfecto. Este árbol, con su resistencia admirable, se agarraba a
las rocas de la barbacana como si fuera el último vestigio de vida en un lugar
que había visto tantas historias, tantas despedidas y reencuentros. Las
parejas, sin importar la época, posaban bajo su ramaje florecido, buscando
inmortalizar en una fotografía lo que muchos llamaban el primer paso hacia la
eternidad. Cada imagen tomada frente al almendro se convertía en un símbolo de
amor perdurable, un recuerdo que perduraba en los hogares de las familias
fermosellanas y de los visitantes que llegaban atraídos por la magia del lugar.
El almendro no solo
era un símbolo para los enamorados, también era el alma del castillo para los
habitantes de Fermoselle. Aquel árbol que parecía estar más cerca de las
estrellas que de la tierra se convirtió en un punto de encuentro para muchas
generaciones. Vecinos y turistas se detenían allí, junto a sus raíces, para
dejar un pedazo de sí mismos en la historia del lugar. Aquella escena tan bucólica
era la promesa de que el amor y la vida siempre encuentran un rincón donde
florecer.
Sin embargo, en
diciembre de 1981, un vendaval mortífero vino a romper la armonía de ese rincón
encantado. El viento, como un invasor cruel, arrancó el almendro de cuajo,
llevándose consigo no solo las ramas y hojas, sino también la esencia de todo
lo que representaba. Aquella madrugada, el castillo pareció perder una parte de
su alma, y el almendro dejó de ser la marca de tantos amores que se habían
forjado bajo su sombra.
La noticia de su
caída apareció en los medios provinciales, dejando un vacío en el corazón de
Fermoselle. Las generaciones que habían crecido con el almendro como testigo de
sus momentos más felices lamentaron su pérdida, pero también, como suele
suceder con los grandes amores, entendieron que, aunque el árbol ya no estaba,
su esencia seguía viva en los recuerdos que él había creado.
El tiempo pasó, y
aunque la pared donde antes crecía el almendro quedó desmochada y triste, la
naturaleza, siempre sabia, volvió a sorprender. De lo que parecía un lugar
devastado, renació una nueva planta. De algún rincón olvidado, del interior de
la roca, surgió una pequeña ramita, una nueva esperanza que brotaba del mismo
lugar donde había estado el almendro. En su humildad, esta nueva vida parecía
un homenaje al viejo árbol, una promesa de que el espíritu de lo vivido no se
pierde jamás.

Hoy, aquel pequeño
brote verde, que parece luchar por abrirse paso en la roca del castillo, es un
símbolo de resiliencia, de la capacidad de renacer después de la tormenta. Los
vecinos de Fermoselle, que aún recuerdan aquel almendro que floreció en sus
corazones, ven en esta nueva planta la continuidad de la vida, el regreso de la
esperanza. Es un recordatorio de que, aunque el viento pueda arrebatar algo en
un momento dado, siempre habrá un nuevo brote que nos devuelva la vida, el amor
y la memoria de lo que alguna vez fue.
Del libro escrito
por Manuel Rivera Lozano titulado FERMOSELLE transcribo este fragmento del
poema compuesto por el escritor zamorano Ignacio Sardá Martín dedicado a los
protagonistas de la breve historia: la barbacana y el almendro,
“…Apenas le queda, apenas,
De todo su ayer y gloria,
Un torreón derrumbado
Y la barbacana mocha
Que alza el muñón de su bloque
Sobre la desnuda roca,
Retando a siglos y vientos,
Símbolo de la victoria
Pero aún hay vida en su entraña;
Aunque de mortero y toba;
Como un milagro de savia
Que su roquedal desborda,
Bandera de la esperanza
Que naturaleza entona,
Florido de aguas y soles
Que en las alturas retoza,
De entre los bloques del muro
Un almendro se enarbola…”
Ese mágico rincón, allá en lo alto, fue elegido por la poetisa fermosellana Iluminada Ramos Ramos, para ilustrar la portada de su segundo poemario que tituló "Fermoselle, Arribes eternos" en 2014.