SANTA CRUZ
ROMERÍA PARTICIPATIVA EN FERMOSELLE
Los romeros se acercan a la campa
con el ánimo en su máxima expresión. Religiosidad, algarabía, saludos
efusivos, música, baile, polvo, sudor, en resumidas cuentas, fiesta en su
totalidad son elementos compartidos
entre los que circundan la ermita, sí, la ermita de Santa Cruz, allá, en los
extrarradios del pueblo camino de Portugal.
El Lunes de Pentecostés, en
Fermoselle, es catalogado como uno de los dos días no laborables de la
localidad. Eso da cuenta de la raigambre y la importancia de esta festividad
incardinada entre las romerías más destacadas a nivel provincial. Los días
previos se viven con cierto nerviosismo esperando que el tiempo atmosférico
acompañe y que todos los preparativos estén bien atados para que todo resulte
como se ha programado.

Muy de temprano, tanto las
agrupaciones de romeros, como los que lo hacen a nivel familiar, e incluso
individual, arrancan desde los diversos puntos de la localidad, con vestimenta
apropiada para disfrutar en el campo y con lo necesario para pasar la jornada
sin sobresaltos. Las autoridades, civiles y religiosas, los hacen desde la
plaza mayor acompañados por la música de los tamborileros Juan de la Encina y
algunos vecinos que desean engrosar la
comitiva.

A media mañana los alrededores de la ermita se convierten en un
espectáculo inusual que solo se consigue una vez al año. La mañana transcurre
arrastrada por un bullir de personas que se dedican a todo tipo de quehaceres.
Las más creyentes se adentran en el templo para orar, ocasión que aprovecha la
cofradía para recibir el óbolo para su mantenimiento; otros no paran de bailar piezas tradicionales
de la zona al son de los tamborileros; hay quien aprovecha para contar sus
cuitas a quienes hace tiempo que no ven; no faltan los que sentados en los
paredones o en las lastras observan con
emoción contenida todo cuanto acontece en el lugar; los más mañosos inician
el prendido de las hogueras con la finalidad
última de recibir la carne aderezada al gusto fermosellano; y por supuesto,
algo que no puede faltar , el juego en corro en torno a la “´tía María” que
cuando considera que el chocolate ya está hecho escapa del mozo que la pretende
y persigue zigzagueando entre los componentes de corro, hasta que es atrapada,
o no, para comenzar de nuevo. Se puede considerar como el acto central y el más
tradicional de la mañana. Bajo un sol implacable transcurre la comida en la que
no falta de nada.
La animada sobremesa, aprovechada por algunos para dar unas
cabezadas, se alarga entre copa y copa de licor café y dulces típicos caseros
elaborados para la ocasión.
Queda la tarde-noche por delante.
Estas horas son dedicadas a los cánticos, bailes y juegos que comparten, sin
miramiento de edad, la inmensa mayoría de los romeros. Mientras, en las
parrillas se colocan kilos y kilos de carne, panceta y choricillos. Un
verdadero espectáculo gastronómico envuelto en el olorcillo al asado y las
humaredas de cada lumbre es el que se produce ya mediada la tarde. Un receso
para degustar lo así preparado regado con vino tinto de la uva autóctona Juan García
que vuelve a levantar el espíritu festivo.
Falta el regreso al pueblo. Entre
dos luces se forma la caravana romeril que con lentitud, debido al jolgorio de
los más jóvenes, es especial, se acercan a las primeras calles y continúan al
mismo ritmo hasta la plaza. Aquí ya se desbordan las ganas de divertirse ante
las gentes que lo siguen como espectadores. Hay que aguantar, pues hasta pasado
un año no se vuelve a repetir.
Eran las 12 de la noche y aun
permanecían en la plaza las últimas unidades participantes en la fiesta de
Santa Cruz, siempre el Lunes de Pentecostés y en Fermoselle.
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